Oaxaca se prepara para una de sus expresiones culturales más esperadas del año: las muerteadas, una tradición que mezcla el ritual de la muerte con el humor, la crítica social y la identidad comunitaria.
A diferencia de los desfiles turísticos del Día de Muertos, las muerteadas son fiestas populares organizadas por los propios barrios y comunidades, donde la gente se disfraza de diablos, calaveras, sacerdotes o políticos, y recorre las calles entre música, versos y representaciones teatrales improvisadas.
El objetivo no es solo celebrar a los difuntos, sino burlarse de los vivos. En los pueblos del Valle Central —como Etla, Xoxocotlán o Santa Cruz Amilpas— las comparsas se convierten en escenarios donde se critican las injusticias, los abusos de poder, los engaños y la vida cotidiana del pueblo, todo bajo el pretexto de la muerte.
Durante la noche, las bandas de viento acompañan a los personajes en una procesión que avanza entre risas, baile y mezcal. El ambiente se vuelve una mezcla de respeto y desahogo colectivo: la muerte deja de ser temida para convertirse en un espejo de la vida.
En tiempos recientes, las muerteadas también han enfrentado tensiones por la comercialización y la intromisión de autoridades que intentan “regular” o apropiarse de la tradición, lo que ha generado debate entre los propios organizadores y defensores de las costumbres comunitarias.
Las muerteadas de Oaxaca: entre la sátira, la crítica y la memoria colectiva
