México, 10 de octubre de 2025.- El pan de muerto es un símbolo emblemático del Día de Muertos y, aunque se prepara en todo el país, cada región le da su propio toque de sabor, forma y significado.
En Oaxaca, el pan destaca por su toque de anís y el ajonjolí tostado que corona cada pieza, aportando un aroma y textura inconfundibles. En muchos pueblos zapotecos se adorna con caritas de pasta o figuras de alfeñique, representando a los difuntos que se honran en las ofrendas. Tradicionalmente se acompaña con chocolate de metate o atole blanco, completando la experiencia cultural.

En Puebla, el pan de muerto es redondo, con tiras cruzadas que simbolizan huesos, espolvoreado con azúcar blanca o rosa, y aromatizado con agua de azahar o ralladura de naranja, dándole un toque floral. Algunas versiones modernas se rellenan con crema pastelera o nata, y se disfrutan con chocolate caliente o café de olla.

En Michoacán, el pan se convierte en toda una obra de arte: puede tener forma humana, de flor o calavera, y en ocasiones se añade el nombre del difunto. Su sabor es más denso y profundo, con canela y piloncillo, y es pieza clave de las celebraciones en el lago de Pátzcuaro durante el 2 de noviembre.

Cada estilo regional guarda una historia y un propósito común: honrar a quienes ya no están. Oaxaca resalta el simbolismo, Puebla la dulzura y refinamiento, y Michoacán la conexión con los rituales ancestrales. Este año, probar los tres estilos puede ser una manera deliciosa de descubrir la riqueza cultural de México en cada bocado.